Artículo de opinión de Amelia Barquín aparecido en el Diario de Noticias de Alava el 23 de febrero.
En el mes de febrero se realiza la campaña de pre-matriculación y las familias con hijos de dos y tres años eligen la escuela para el próximo curso. No es una decisión cualquiera; esa escuela tendrá un lugar importante en la vida cotidiana de la familia durante los próximos diez años -o más, si tiene educación secundaria-. ¿Cómo elegimos la escuela de nuestros hijos? Está claro que los elementos que los padres barajamos son diversos, desde algunos más objetivos como la cercanía, el modelo lingüístico, el proyecto educativo o los servicios que el centro ofrece, a otros elementos más intangibles y a veces resbaladizos como el prestigio que pueda tener, la extracción social o la procedencia de sus alumnos…
El caso es que la elección de un centro u otro no sólo tiene consecuencias para nuestros hijos sino también para el entorno en el que vivimos. En concreto, a un pueblo o a un barrio su escuela le da vitalidad y es, de por sí, un factor de cohesión de primera magnitud en muchos terrenos: los niños de la zona se van a conocer allí, se harán amigos, se saludarán al coincidir en el barrio, se juntarán en el parque, pasarán alguna tarde unos en casa de otros… Y las madres y padres se encontrarán al llevar a los niños y al recogerlos de la escuela y entablarán relaciones que podrán tener continuación en otros lugares del entorno.
Esta cohesión tan básica es fundamental en una sociedad cada vez más diversa y multicultural y en la que a menudo se expresan desconfianzas mutuas. Precisamente el término cohesión es una palabra clave entre los expertos que reflexionan sobre el modelo de ciudad y de sociedades en general que hay que propulsar en la actualidad. No existe institución que pueda hacer mayor papel que la escuela en este terreno.
Hay una escuela concreta que supone un ejemplo gráfico sobre las oportunidades educativas y la cohesión posible; se trata de la escuela Ramón Bajo, del Casco Viejo de Vitoria, la única que está situada en ese barrio. Hace cuatro años empezó a funcionar en el centro un aula de dos años de modelo D y con ella comenzó el cambio del A al D. Actualmente toda la educación infantil se ofrece ya en modelo D y el A irá desapareciendo curso a curso. Esta decisión es un elemento más de la transformación que se está produciendo en el centro para responder adecuadamente y en clave de calidad al barrio.
Pero no está resultando sencillo. Curiosamente las familias gitanas e inmigrantes siguen matriculando a sus hijos con toda normalidad en el centro, ahora en el modelo D, mientras que las familias autóctonas no gitanas (que son con mucho la mayoría en el barrio) siguen enviando a los suyos a escuelas fuera del barrio.
En estos días en que tanto se habla de la necesidad de que los inmigrantes se integren, resulta curiosa la paradoja de que los hijos de esas familias estén aprendiendo en euskara en una escuela donde apenas tienen la posibilidad de contacto con los hijos de los vascos, que se encuentran repartidos por distintos centros de la ciudad.
Y, sin embargo, no son pocas las ventajas que ofrece una escuela como la del Casco Viejo. En el plano más cotidiano, el concepto escuela de barrio supone ventajas que han sido señaladas por los expertos en educación y que resultan fácilmente visibles también para quienes no lo son; quizá la más inmediata es la cercanía y la posibilidad de acompañar diariamente a los hijos, además del hecho de evitar madrugones, viajes en autobús y horarios estresantes para los niños y sus familias.
Pero no es menos importante el contacto diario de los padres y madres con los profesores de los hijos y con los compañeros de clase y sus familias; podemos hacer un seguimiento cercano del día a día de nuestros hijos. Sin olvidar el disfrute de un espacio para el encuentro y para el juego de los niños a la entrada y salida del centro; es importante que los niños hagan amigos en su propio entorno y no se encuentren sin "red social" fuera del horario escolar.
Por otro lado, la escuela de barrio ofrece actividades extraescolares integradas en el barrio, la posibilidad de utilizar en horario escolar los recursos del barrio para apoyar el aprendizaje (el Saregune, los recursos del Centro Cívico, los espacios culturales del barrio: los distintos museos, la catedral, el gaztetxe, las escuelas de danza…). Además de la participación más fácil de las familias en la vida de la escuela por la cercanía de su domicilio al centro: en el AMPA, en reuniones con los docentes, en las actividades del centro…
Hay que añadir que la escuela del Casco Viejo de Vitoria tiene un profesorado, una dirección y una asociación de familias comprometidas con la enseñanza de calidad dentro de los parámetros que defienden actualmente los investigadores en educación inclusiva: una escuela pequeña y por tanto con una gestión de dimensiones razonables, incardinada en su barrio y que mantiene ricas relaciones de colaboración con la comunidad escolar y con los agentes de su entorno. Se trata, por tanto, de un modelo educativo altamente ecológico y humano.
Por todo esto, cada año son más las familias autóctonas que eligen la escuela del barrio, pero son todavía demasiado pocas. Es claro que a algunas les resulta más fácil entregar en navidades un juguete en el centro cívico para los niños pobres de Perú -tan lejanos-, que relacionarse de igual a igual con las familias de otras procedencias -justo en la puerta de al lado, en la escuela de al lado-.
Esta contradicción tiene como consecuencia que nuestros hijos pierden la verdadera ocasión de educarse desde la práctica para la convivencia en el mundo plural en el que les ha tocado vivir. Sería deseable que la diversidad social y de origen de los alumnos no fuera la razón para descartar una escuela sino precisamente lo contrario, para elegirla.
Con absoluto respeto para quienes se deciden por otras opciones, la escuela del Casco Viejo, como la escuela de cada barrio, tiene la vocación de ser el lugar natural al que los vecinos llevamos a nuestros hijos. Merece la pena considerarla como una oportunidad para ellos y para el lugar en el que vivimos.
* Asociación de Madres y Padres de Alumnos de la escuela Ramón Bajo